India Tibisay

Sergio Umbria

Murachí era ágil y valeroso, más que todos los indios de la tribu; su brazo era él más
Fuerte, su flecha la más certera y su plumaje el más vistoso. Cuando les tocaba el
Caracol en lo alto del cerro, sus compañeros empuñaban las armas y le seguían
Dando gritos salvajes, seguros de la victoria. Murachí era el primer caudillo de las
Sierras Nevadas

Tibisay, su amada, era esbelta como la flexible caña del maíz. De color trigueño
Ojos grandes y melancólicos y abundoso cabello. Eran para ella los mejores lienzos
Del Mirripuy, el oro más fino de Aricagua y el plumaje del ave más rara de
La montaña

Ella había aprendido, mejor que sus compañeras, los cantos guerreros y las
Alabanzas del Ches. En los convites y danzas dejaba oír su voz, ora dulce y
Cadenciosa, ora arrebatada y vehemente, exaltada por la pasión salvaje
Odos la oían en silencio; ni el viento movía las hojas

Tibisay era la princesa de los indios de la sierra, el lirio más hermoso de las
Vegas del Mucujún. Un día salió espantada de su choza y fue a presentarse a
Murachí, el amado de su corazón. La comarca estaba en armas: Los indios
Corrían de una parte a otra, preparando las macanas y las flechas
Emponzoñadas, -¡Huye, huye, Tibisay Nosotros vamos a combatir

Los terribles hijos de Zuhé han aparecido ya sobre aquellos animales
Espantosos, más ligeros que la flecha: Mañana será invadido nuestro
Suelo y arrasadas nuestras siembras. ¡Huye, huye, Tibisay. Nosotros
Vamos a combatir; pero antes ven, mi amada, y danza al son de los
Instrumentos, reanima nuestro valor con la melodía de tus cantos y
El recuerdo de nuestras hazañas

La danza empezó en un claro del bosque, triste y monótona, como una
Fiesta de despedida, a la hora en que el Sol, enrojecido hacia el ocaso
Esparcía por las verdes cumbres sus últimos reflejos. Pronto brillaron las
Hogueras en el círculo del campamento y empezaron a despertar, con las
Libaciones del fermentado maíz los corazones abatidos y los
Ímpetu salvaje

Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando cesó de
Pronto el ruido y enmudecieron todos los labios. Tibisay apareció en medio
Del círculo, hermosa a ¡a luz fantástica de las hogueras, recogida la manta
Sobre el brazo, con la mirada dulce y expresiva y el continente altivo

Lanzó tres gritos graves y prolongados, que acompañó con su sonido el
Fotuto sagrado, y luego extasió a los indios con la magia de su voz
-Oíd el canto de los guerreros del Mucujún: Corre veloz el viento; corre veloz
El agua; corre veloz la piedra que cae de la montaña

Corred guerreros; volad en contra del enemigo corred veloces corno el
Viento, como el agua, como la piedra que cae de la montaña. Fuerte es
El árbol que resiste al viento; fuerte es la roca que resiste al río, fuerte es
La nieve de nuestros páramos que resiste al Sol. Pelead guerreros
Pelead, valientes; mostraos fuertes, como los árboles

Corno las rocas, como las nieves de la montaña, Este es el canto
De los guerreros del Mucujún. Un grito unánime de bélico entusiasmo
Respondió a los bellos cantos de Tibisay. Concluida la danza, Murachí
Acompañó a Tibisay por entre la arboleda sombría

No había ya más luminarias que las estrellas titilantes en el cielo y
Las irradiaciones intermitentes del lejano Catatumbo. Ambos caminaban
En silencio, con el dolor de la despedida en la mitad del alma y temeroso
De pronunciar la postrera palabra ¡Adiós!

Hay un punto en que los ríos Milla y Albarregas corren muy juntos casi
En su origen. Los cerros ofrecen allí dos aberturas, a corta distancia
Una de otra, por donde los dos ríos se precipitan, siguiendo cañadas
Distintas, para juntarse de nuevo y confundirse en uno solo
Frente a los pintorescos campos de Liria

Besando ya las plantas de la ciudad Florida, la histórica Mérida. En aquel
Punto solitario, encubierto por los estribos de la serranía que casi lo
Rodean en anfiteatro, Murachí tenía su choza y su labranza

Tibisay, dijo a su amada el guerrero altivo- nuestras bodas serán mi
Premio si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye, Tibisay, ocúltate
En el monte, que no fije en ti sus miradas el extranjero, porque serías
Su esclava. El viento frío de la madrugada llevó muy lejos a los oídos
De Murachí los tristes lamentos de la infortunada india, a quien
Dejaba en aquel apartado sitio, dueña ya de su choza y su labranza

Cuando la primera luz del alba coloreó el horizonte por encima de los diamantinos
Picachos de la Sierra Nevada resonó grave y monótono el caracol salvaje por el fondo
De los barrancos que sirven de fosos profundos a la altiplanicie de Mérida. Los indios
Organizados en escuadrones, estaban apercibidos para el combate. Pronto se divisó
A lo lejos un bulto informe que avanzaba por la planicie; el cual fue extendiéndose y
Tomando formas tan extraordinarias a los ojos de los indios

Que el pánico paralizó sus movimientos por algunos instantes, pero la voz del
Caudillo la turba se precipita como desbordado torrente, prorrumpiendo en
Gritos horribles y llenando el aire con sus emponzoñadas flechas

Murachí iba a la cabeza; blandiendo en alto la terrible macana y transfigurando
El rostro por el furor. Súbita detonación detiene a los indios; palidecen todos
Llenos de espanto; se estrechan unos contra otros, dando alaridos de
Impotencia; y bien pronto se dispersan, buscando salvación en los bordes de los
Barrancos, por donde desaparecen en tropel

Solo Murachí rompe su macana en la armadura del que fuera conquistador
Solo el bravo Murachí ve de cerca aquellos animales espantosos que ayudaban
A sus enemigos en la batalla, pero también solo él ha quedado tendido en el campo
Muerto bajo el casco de los caballos. El clarín castellano tocó victoria y la tierra
Toda quedó bajo el dominio del Rey de España

Cerca de las márgenes del apacible Milla, en aquel sitio apartado y triste
Abriese un hoyo al pie de la peña para sepultar a Murachí, con sus armas
Sus alhajas y las ramas olorosas que Tibisay cortó en el bosque para la
Tumba de su amado

Tibisay vivió desde entonces sola con su dolor y sus recuerdos en aquella
Choza querida. Sus cantos fueron en adelante tristes como los de la alondra
Herida. Los indios la admiraban con cierto sentimiento de religioso cariño
Y la colmaban de presentes

Era para ellos un símbolo de su antigua libertad y al mismo tiempo un oráculo
Que consultaban sigilosos. Ya los españoles señoreaban la tierra y gobernaban
A los indios. Solo Tibisay vivía libre en la garganta de aquellos montes o entre las
Selvas de sus contornos, pero era un misterio su vida, algo como un mito de los
Aborígenes, que atraía a los españoles con el fantástico poder de las ficciones
Poéticas

Ningún conquistador había logrado verla todavía, y sin embargo; nadie ponía
En duda su existencia. Decídanles los indios que era una princesa muy hermosa
Viuda de un guerrero afamado, a quien había prometido vivir escondida en los
Montes mientras hubiese extranjeros en sus nativas Sierras

Era un encanto la voz de la fugitiva, que los cazadores oían de vez en cuando por
Aquellos agrestes sitios, como el eco de una música triste que hería en la mitad del
Alma y hacía saltar las lágrimas. En sus labios el dialecto musca, su lengua nativa
Sonaba dulce y melodioso y no era menester entenderlo para sentirse conmovido
El corazón

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